No existe una receta. Ni la estimulación temprana ni el apego óptimo o cualquier otra forma de controlar la educación; no pasan de ser una moda. Así de desafiante es lo que plantea el neurocientífico Melvin Konner en su libro La evolución de la infancia, que ya está dando mucho qué hablar.
por Sebastián Urbina
Ni ponerle música mientras está en su vientre,ni hablarle ni verse obligada a tener un apego óptimo desde el primer día que nace. El secreto de una buena crianza parece ser, simplemente, la intuición materna. Todo lo demás no pasa de ser una moda, ni mejor ni peor que otras tantas que han inundado nuestra cultura.
Tal cual. En las más de 900 páginas del libro La evolución de la infancia: relaciones, emoción y mente, Melvin Konner, el antropólogo y neurocientífico de la Universidad de Emory, echa por tierra cientos de ideas que por años los padres han creído ciegamente respecto de sus hijos. En 1979, Konner firmó un contrato con la Harvard University Press para escribir este libro en tres años. Pero se demoró 30 y valió la pena. La crítica ha aclamado el texto -publicado en mayo de este año- como una obra monumental, sin escatimar elogios. Esto, a pesar de que muchas de sus observaciones no tienen nada de políticamente correctas.
Lo que hace Konner es revisar las investigaciones de las últimas tres décadas, seleccionar las que han perdurado por su calidad y explicarlas en este libro: desde por qué puede ser normal que no sienta tanta empatía por su guagua durante las primeras semanas de vida, hasta las razones por las que hoy los adolescentes son agresivos a edades cada vez menores.
APEGO OBSESIVO
Para este experto, el pilar de la evolución humana es el cerebro. Este denso tejido de neuronas que de pronto, en nuestra evolución, creció veloz, y que parece haber desordenado las cosas. Algo que la naturaleza se ha encargado de ir superando, paso a paso, con sabiduría.
Uno de los primeros efectos de este cerebro de mayor tamaño es que las guaguas son expulsadas tres meses antes del vientre materno, para que así su cabeza alcance a pasar por el canal del parto. Lo normal, para un primate equivalente al ser humano, sería nacer de 12 meses, pero el último trimestre se vive entre la cuna y los brazos de los padres.
Esto mismo, según Konner, explica que en los tres primeros meses las guaguas no sean para nada atractivas. Recién al cuarto mes tenemos niños sonrientes, que miran y que captan la empatía de los adultos que los rodean. Por esto, es común que las madres desarrollen el apego con fuerza a partir de los cuatro o cinco meses. Para este investigador, la obsesión actual porque el apego de la madre y el hijo deba existir casi desde el embarazo es algo cultural y exagerado. Y no incide en una mejor crianza.
Además, advierte que mientras un padre ama más a su hijo, el niño se ama más a sí mismo, lo que a veces trae más problemas que beneficios, sobre todo en la adolescencia. Algo que hay que manejar con matices.
Otro aspecto que destaca este autor es que si miramos la historia, nunca las madres han criado solas a sus hijos. Y aunque su papel es central, lo habitual es que cuenten con el apoyo de las abuelas, los padres y tíos. Algo que no debe hace sentir mal a la madre.
NIÑEZ PROLONGADA
Konner destaca que uno de los mayores progresos humanos es la prolongación de la niñez comparada con la de otros primates. Desde los seis años y hasta la pubertad, es una época en que los niños controlan mejor sus emociones, desarrollan el pensamiento lógico y la habilidad de reflexionar sobre ellos mismos. En todas las culturas es el momento en que se asignan más responsabilidades a los niños y ellos adquieren una gran cantidad de conocimiento.
Con la llegada de la pubertad, las cosas se complican. En una entrevista del sitio Salon.com, Konner asegura que los adolescentes son cada vez más detestables.
Esto, porque en los dos últimos siglos, la pubertad se ha adelantado de los 15 años a los 12 u 11 años. Es la edad en que se dispara la hormona testosterona que empieza a actuar en un cerebro, el cual está mucho menos maduro -tanto en niños como en niñas- y esto facilita con más fuerza los comportamientos agresivos. Por esto, no se sorprenda de que esto le suceda en su familia.
A nivel sicológico hay otro problema: los padres tratan a estos jóvenes con ambivalencia. Para algunas cosas les exigen ser tan responsables como adultos y, para otras, los tratan como si fueran niños. Esta contradicción produce estallidos de rebeldía de parte de los adolescentes.
Además, en nuestra cultura occidental le estamos entregando siempre el mensaje de que en cierto momento ellos van a tener que hacerse cargo de ellos mismos, lo que involucra la ruptura emocional con sus padres. Konner lo retrata de esta manera: "Bueno, si tú me vas a echar pronto a patadas, yo te desprecio antes de que puedas hacerlo".
MIRADA OPTIMISTA
Este científico es, en todo caso, optimista respecto de cómo se pueden mejorar las cosas. Para él, los adelantos en genética, estudios cerebrales y otras disciplinas permitirán mejorar notablemente los sistemas de crianza, de educación y, sobre todo, lograrán reducir los niveles de violencia social actuales. Algo que sucederá pronto.
También en su libro mira con optimismo el fenómeno de la tecnología. En su opinión, si miramos a las tres o cuatro últimas generaciones vemos que la inteligencia ha ido en sostenido aumento. Para algunos, esto es producto de la tecnología y del creciente acceso a la información. Pero lo cierto es que en los primeros tiempos de nuestra evolución vivíamos en pequeños grupos en que nos relacionábamos cara a cara, donde la gente conversaba entre ella todo el tiempo y donde las relaciones humanas eran fundamentales.
"De alguna forma, redes como Facebook han vuelto a recuperar esa fuerte conexión entre las comunidades que se habían perdido. Los niños están recuperando esto con la tecnología y habrá que ver cómo esto afecta nuestra futura evolución", dice.
NI MEJORES NI PEORES
Konner dice que ha convivido con muchas culturas y estilos de crianza distintos y los resultados son más o menos los mismos. Las personas se adaptan y no hay que creer que ciertas culturas son superiores a otras. Después de vivir con su actual mujer dos años con los Kalahari, en Africa, Konner dice que sus hijos fueron amamantados por largo tiempo y que durmieron con ellos en la misma cama por varios meses. Algo fuera de la norma estadounidense y que, "creo, debemos aprender de otras sociedades, en lugar de obsesionarnos tanto por el jardín al que mandaremos a nuestros hijos o las clases de fútbol o de guitarra en que los inscribiremos".
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