REPUBLICA DOMINICANA. ESPERANZA SE ENTERÓ QUE SU PAREJA PADECÍA SIDA AL ESCUCHAR UNA CONVERSACIÓN TELEFÓNICA
Sus lágrimas mojaron sus ojos pero no cayeron por su rostro.
Una lucha constante por no caer en las garras de la tristeza, por no llorar, que aflora en cada pestañeo de su mirada firme. Es una de las secuelas imborrables del recuerdo de aquella tarde de sol brillante de diciembre en la que “Esperanza” descubre un diagnóstico que le cambió su vida. Estaba infectada del Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (sida).
Esta valiente mujer de 52 años, a quien se le protege su identidad, relata su historia a fin de advertir “que la enfermedad no se percibe a simple vista, que es preciso protegerse, no confiar”.
Cuenta que luego de una celebración en casa de su mejor amiga (hermana de su enamorado) a raíz del triunfo electoral del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), el 16 de mayo de 1996, responde a las insinuaciones que por años le hiciera quien luego terminó siendo su pareja.
Salieron a bailar y unos cuantos tragos de bebidas alcohólicas condujeron a la pareja a su primer encuentro íntimo. “Y sin protección”, exclama Esperanza en voz alta elevando su dedo índice como señal de que fue algo incorrecto.
Cuatro meses después, en septiembre, ambos deciden vivir juntos. Él se muda a casa de ella. A finales de octubre del mismo año ante un cuadro de diversas afecciones que presentó su pareja y los planes de un visado hacia el extranjero, éste decide acudir a un centro médico. Allí le dieron la noticia que día a día le carcomía un pedacito de su vida.
Esperanza todavía no sabía que su concubino padecía de VIH. Pasa el mes de noviembre aún ignorándolo. Muchos rumores, reuniones familiares con su pareja, donde a ella la excluían, despertaron su curiosidad. Recuerda que el 18 de diciembre, a las tres de la tarde, es una de esas fechas que nunca se borran de sus pensamientos.
Impacto
A sabiendas de que no era correcto, un día decide escuchar una conversación que sostenía su esposo con alguien en Estados Unidos. Así confirmó la terrible realidad.
“Sí, sabía que él estaba enfermo, pero nunca imaginé que se trataría de sida”, explica, mientras se esfuerza por contener el bostezo de un recuerdo tortuoso. La sorprendente noticia le destroza su corazón.
Se puso temblorosa y no terminó de escuchar la conversación, “pero nada iba a superar lo escuchado”, precisó.
Ante la cara de preocupación su pareja sentimental notó que “algo” grave estaba pasando. Unos minutos de cuestionamientos fueron suficientes para que Esperanza alzara su voz dejando salir el sentimiento de dolor, angustia e impotencia que le corroía su alma destrozada.
Lágrimas fueron su compañía inseparable. Evitarlas era cosa imposible.
Su compañero de solo cinco meses, murió tan solo 60 días después de aquella tarde de diciembre que una curiosidad la llevó a espiar aquella conversación. Bajo la oscuridad de una noche de febrero de 1997 el VIH cobró una vida dejando a su paso una víctima que se aferraba a vivir. Los rumores entre los vecinos no se hicieron esperar, el murmullo fue parte de su adaptación. Personas se le acercaban a fin de confirmar el diagnóstico, pero ella les explicaba que su cónyuge murió de otro padecimiento.
Luego de la partida de su pareja fue cuando comenzó a pensar en ella. “Empecé a buscar todo lo relacionado con la enfermedad para educarme”, agregó. Duró dos años preparándose física y emocionalmente.
Fue cuando decidió contarles de su condición a sus dos hijos adolescentes. Frente a esta nueva forma de vida que debió emprender con entereza, sus vástagos le dieron apoyo para seguir adelante y mantenerse firme ante la desgracia que caía sobre sus hombros.
Su hija, la mayor, lo tomó muy calmada, ya que tenía sospechas, mientras que su hermano mostró una furia incontrolable, natural, por una noticia tan desgarradora e insospechable, se sentía triste y molesto, ya que nunca le agradó la pareja de su madre. Pero ambos lo entendieron y hoy son una fuente de vida y amor para Esperanza.
“Una de las tantas fortalezas que he adquirido es la seguridad hacia mí misma” y “controlar mis emociones”.
La profesión
Esta valiente mujer explicó que su condición de paciente con SIDA no la limitó. En 1998 decidió estudiar en la Universidad Centro de Desarrollo Profesional (CEDEP), donde cuatro años más tarde alcanzó el título de Psicóloga Clínica. Su experiencia en las aulas la califica como “muy bonita”, ya que sus hijos también estaban matriculados en la alta casa de estudios, “parecíamos compañeros”.
Discriminación laboral
Fue una de las pioneras en la lucha contra el SIDA. Actualmente trabaja como promotora de salud en una institución que vela por la prevención de ese síndrome y otras enfermedades de transmisión sexual, además de que ejerce su profesión.
Explicó que donde labora como psicóloga tiene compañeros de trabajo que al saludarla “le tiran la cabeza casi a las orejas” en vez de un toque mejilla a mejilla. El miedo a infectarse los lleva a no establecer lazos de amistad.
Esperanza pide al Estado disponer de más recursos en beneficio de las víctimas del sida, ya que es penoso ver las cifras ascendentes de decesos.
Añadió que el Estado no ha asumido la responsabilidad de la enfermedad, ya que aún no está en el Sistema de Seguridad Social. Dijo que en ese proyecto se debe incluir la capacitación de las personas que tengan a su cargo informar a un paciente que es activo del VIH, ya que –asegura– es un factor que determinará qué rumbo tomará esa vida que se llena de miedos y preocupaciones.
De su lado, Dulce Almonte, de la Red de Persanas que viven con VIH (Redovih) institución que cuenta con más de 4,000 miembros, explicó a LISTÍN DIARIO que en el área laboral es donde existe más discriminación, ya que si una persona es positivo siempre es retirado de la empresa o no es contratado.
“La mayoría de las personas que viven con esta enfermedad ocultan su estatus a los familiares y demás personas por el temor del rechazo.
Todavía hoy en día existen personas que se les ponen platos y cucharas aparte como si tuvieran tuberculosis”, agregó.
UNA LEY PARA EVITAR LA DISCRIMINACIÓN
Dulce Almonte, presidenta de Redovih, dijo que la institución depositó un anteproyecto de ley en el Congreso para evitar que la empresas realicen el examen de VIH sin el consentimiento de los empleados. “También en los centros médicos los rechazos son muy frecuentes.
A los médicos no les gusta hacer cirugías a personas infectadas y de hacerlo les cobran mucho dinero por encima de la cantidad. Hay un papel dirigido a los médicos que dice: “Paciente con VIH, la opera sí o no”, explicó Almonte.
Abogó para que las autoridades de salud organicen una campaña educativa en cuanto a la prevención. “Eso contribuye a que las personas no discriminen ya que muchos ignoran cómo esto se transmite”.
Una institución de Costa Rica ayuda a conseguir los medicamentos para el VIH.
En el país existen 72 centros de atención especializada para el manejo que llevan los antirretrovirales.
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